domingo , 22 diciembre 2024
Balaña y la Monumental

Balaña y la Monumental de Barcelona

“Que no fui yo, Magdalena. ¡No fui! Fue el maldito cariñena que se apoderó de mí”. Que no fue Zapatero el rojo, que no fue sólo, el que se cargó las retransmisiones de las corridas de toros de la televisión que pagamos entre todos. No estaría de más rescatar todo lo que se dijo entonces del presidente.

Cinco años después, sin rojos comandando La Moncloa, la situación no ha variado un ápice. Y aunque no hay que mirar sólo al Gobierno -que responsabilidad no le falta- bien sabe el lobby que maneja los hilos de este espectáculo que jamás le ha preocupado un pimiento revertir esa situación. Así les va, atrapados por su particular cariñena, que no es otro que una visión tan avara como cortoplacista; todo mucho más dañino que el vino, dónde va a parar.

Balaña y la puntilla a la Monumental

Que no fui yo, dijo también Balañá Mumbrú, como el Don Mendo de Muñoz Seca, que no fui yo. Y los taurinos se lanzaron contra los antiespañolistas e independentistas, últimos responsables de acabar con la historia de la tauromaquia en Barcelona y en Cataluña.

Fueron los instigadores de un puntillazo que con menos altavoces había ido ejecutando también el propio responsable de la Monumental. Ahora admite, sin rubor, sin ni siquiera sonrojarse, que sí fue él, que lo que tanto le ha dado y le ha hecho rico, ahora es un juguete roto.

Unos cuantos ya dijimos en aquel momento que incluso le venía bien, porque el grueso de sus negocios era ajeno a la Fiesta de los toros; y, lo más importante, porque la situación política y la crecida del río separatista amenazaba con llevárselo por delante a las primeras de cambio. “¿Te haces cargo, di, amor mío? ¿Te haces cargo de mis males?”.

Y nadie quiso hacerse cargo ni de sus males ni tampoco del futuro de una plaza en la que -tiene toda la pinta- parece que no volverá a salir un toro por la puerta de chiqueros. Toño Matilla, que gestionó la plaza entre 2007 y 2011, ha mirado para otro lado con medias verdades que le delatan también como otro de los responsables de la puntilla. Que cuente también el dinero que ganó esos años.

El nieto de Balañá Espinós -Don Pedro, sin más- ha admitido que “de momento” no tiene intención de ceder el coso de la calle de la Marina para el uso que le vio nacer, y que no es otro que las corridas de toros. ¿Acaso había alguna duda de que no iba ser así?

Cada uno es muy libre de gestionar sus miedos y, sobre todo, su dinero como le venga en gana. El bolsillo ha podido con el corazón y con un negocio centenario. ¿Ha tenido el impulso suficiente de un sector que parece noqueado?

Los herederos de Don Pedro han entendido que con la que está cayendo no van a poner en riesgo su pujante negocio de cines y teatros, porque ya llevan seis años sin sacar rentabilidad a la plaza y las cuentas les cuadran a la perfección. Aunque asegura que la Monumental no está en venta, si tuviera que apostar lo haría por esa opción, o por la de construir allí un centro comercial al estilo de Las Arenas. Las estimaciones menos generosas hablan de un valor cercano a los 50 millones de euros. Un caramelo demasiado sabroso para mantenerlo envuelto.

¿Y ahora qué? Podríamos ensañarnos con Balañá, por no tener las agallas suficientes para coger el toro por los cuernos y -con la sentencia del Constitucional en la mano- echarse de nuevo al ruedo. De nada serviría. Como de nada ha servido el triunfo judicial de 2016, porque en esa comunidad, historia de la tauromaquia de España, la batalla se perdió mucho antes de la prohibición. Los mandamases de este negocio se han dejado comer mucha parte del terreno y no sólo en Barcelona. En sus manos está ir recuperándolo. Algunos parecen tener poca prisa.

Antonio Herraiz
Antonio Herraiz

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