Hablar de Eugenio Noel es hablar en realidad de Eugenio Muñoz Díaz, escritor de novela y ensayo donde destacó por recorrer España con sus ideales antiflamencos y en contra de la tauromaquia. Nació en Madrid el seis de septiembre de 1885 y muere en Barcelona el veintitrés de abril de 1936.
No hay peor pesadilla para un fumador que un ex fumador. Como no hay mejor antídoto para un fascista que un ex fascista de juventud reconducido hacia la senda de la democracia en la madurez. Esto vale también para los comunistas.
En el caso de los toros, por más que busco, no encuentro encaje para un símil así, ni siquiera parecido. No es que no haya antitaurinos, que los hay. Cada vez son más, aunque en proporción al ruido que hacen y al caso que algunos les prestan, no son tantos. Lo que no conozco son antitaurinos que sepan de verdad los elementos internos y externos de la Fiesta, que la hayan vivido con intensidad para después despreciarla con argumentos sólidos, sin tener que acudir a tópicos en ocasiones maliciosos y, en otras, directamente falsos.
Eugenio Noel fue el antitaurino más furibundo de las primeras décadas del siglo XX. Era la época de Juan Belmonte y de Joselito El Gallo como máximos exponentes de la llamada Edad de Oro del toreo.
Noel -su verdadero nombre era Eugenio Muñoz Díaz– se crió bajo la protección de la duquesa del Sevillano, aristócrata y mecenas muy vinculada a Guadalajara que está enterrada en el panteón que ella misma encargó construir en la capital alcarreña.
La madre de Eugenio Noel era la criada de la casa de la Duquesa y se movió en el mismo ambiente que los hijos de los potentados de la época, estudiando en colegios religiosos, incluido un centro de Bélgica, con las miras puestas en hacerse sacerdote. Pero como ese deseo no era el suyo sino el de su entorno, pronto desistió.
Eugenio Noel siempre estuvo muy próximo al mundo de los toros, que conocía a la perfección. En ese conocimiento exhaustivo es en el que se apoya para emprender una auténtica cruzada contra los toros y el flamenco recogida en su “Diario Íntimo”.
Es curioso que igual que criticaba con especial inquina todo lo relacionado con la tauromaquia, luego se hacía fotografías con los toreros antes y después de las corridas de toros, reflejando incluso en sus textos cierta admiración por lo que decía despreciar.
Conversó con toreros, lo contó en sus libros y mantuvo un nexo importante con ese mundo, sobre todo, en la primera mitad de su vida. No sé si de manera inconsciente, pero el daño que hacía era, probablemente, incluso superior a sus intenciones. De ideas republicanas, fue un escritor muy activo y tras su última gira por América, murió en Barcelona en 1936 en la más absoluta indigencia.
A los antitaurinos militantes de hoy les falta la intelectualidad de Noel, su profunda capacidad de crítica y el conocimiento de lo que pretenden eliminar. Si fuera por su actitud y su campaña destructiva -estéril de argumentos-, el mundo de los toros no tendría de qué preocuparse. Sin embargo, en demasiadas ocasiones, el entorno taurino se lo pone demasiado fácil.
Lo vivido el fin de semana pasado en el pueblo de Centenera es una prueba de ello. No es la primera vez que ocurre y mucho me temo que no será la última si los de dentro no hacen nada para evitarlo.
La película fue así: un encierro con la suelta de un toro por el campo en el que varios coches, autorizados por el Ayuntamiento de Centenera, tratan de cortar al animal para que no salga del radio pretendido, acosando a corta distancia a la res y a cierta velocidad, que en su huida embiste contra un vehículo y muere en el acto.
Así se las ponían a Fernando VII y al PACMA. Lo primero que tiene que hacer la Junta de Comunidades es tramitar la denuncia correspondiente y publicar la sanción, para que sirva de ejemplo. Luego los aficionados -con el paraguas de los ayuntamientos y de las comisiones de festejos- tienen que luchar para buscar la integridad de estos eventos taurinos populares.
Hay muchos ejemplos de pueblos que cuidan su encierro con especial mimo, prohibiendo los vehículos, controlando el número de caballistas y permitiendo un espectáculo de una belleza y una plasticidad incomparables. Porque con taurinos como el del coche de Centenera, sobran los antitaurinos.